Rothko, Untitled - Matilde Marmota

De pulgas, Rothko y Joan Didion

El otro día salí a dar un paseo cuando todo el mundo seguía dormido. Me estará cambiando el biorritmo, porque yo siempre he sido muy de levantarme para tomar el aperitivo, pero en esta ocasión me desvelé como un búho y ahí que andaba yo por el mundo, cámara en mano, mientras ponían las farolas, las flores y le daban al ON para encender el trinar de los pájaros. Todo muy bucólico, yo todavía muy dormida. Sin previo aviso de detrás de una casa apareció un perro grande y negro ladrando como un perturbado y cabalgando hacia mí. A estas alturas ya no voy a impresionar a nadie y confieso que mi primer instinto fue echar a correr, pero a los pocos segundos me di cuenta de que era una carrera perdida. Si seguía corriendo, el perro vendría detrás, me alcanzaría, me mordería, me sacaría las tripas y yo moriría desangrada y sola en mitad de ninguna parte porque nadie iba a despertarse para recoger mis restos antes de tres horas. Lo de que tu vida pasa por tu mente en un segundo es mentira. Lo que pasa es una imagen nítida de cómo vas a morir y como no mola y tú te lo habías imaginado con algo más de glamour, decides reaccionar.

Me paré en seco. Entendí que aquel bicho sólo hacía lo que pensaba que los demás esperaban de él pero que pocas ganas de comerme tenía. Me quedé quieta y le ofrecí la palma de mi mano. Mucho antes de acercarse a oler el sueño que todavía desprendía, también él se paró, dejó de ladrar y tras dedicarme una mirada legañosa de no más de tres segundos y constatar qué tan poca cosa era para tanto aspaviento, dio media vuelta recogiendo su bata de cola y, ofreciéndome el vaivén de una grupa mucho menos amenazante que sus dientes, se fue por donde había venido.

No os tengo que contar que primero me sentí Cocodrilo Dundee, luego me alegré de no estar desangrándome con las tripas fuera y cuando por fin fui consciente de que podría ganarme la vida amaestrando pulgas en un circo me entró un tembleque post-traumático que me duró un ratito.

Ya había yo olvidado esta historia cuando leyendo el blog de Brain Pickings esta semana me encontré con un artículo sobre la capacidad olfativa de los perros, de cómo son capaces no sólo de seguir un rastro físico sino de oler las emociones humanas e incluso de detectar ciertas enfermedades si están debidamente entrenados. Este perro en concreto no creo que fuera capaz de detectar un triste forúnculo pero el artículo me hizo pensar en cuántas veces infravaloramos las capacidades de los seres que nos rodean sólo por sentirnos superiores y en cuántas otras veces el miedo nos paraliza y no nos deja pensar.

Además de con perros me encontré con Joan Didion con quien últimamente me encuentro muy a menudo y siempre tengo la sensación de que haber leído sólo Blue Nights me hace sentir como en una entrevista de trabajo en la que no sabes muy bien a qué se dedica la empresa. Tenías que haber leído más sobre el asunto y ya es tarde para hacerlo. Como nadie me va a evaluar al respecto ya he descargado The Year of the Magical Thinking en mi kindle, que ya sé que son libros para tener en la biblioteca de casa pero es que la inmediatez de «lo quiero, lo descargo» de Amazon me pirra.

Y de Didion pasé a Rothko, que no me puede gustar más porque mira que parece sencillo y mira que es dificilísimo de entender. Y me acordé del síndrome de Stendhal que me dio una vez delante de un cuadro suyo en el Moma de Nueva York y de cómo yo no entendía muy bien qué quería decir el cuadro ni qué debía sentir yo pero no me podía mover ni dejar de mirarlo, ni hablar con nadie ni respirar. Y de Rothko a decidir con el Sr. Marmota que queremos pasar el próximo verano de aventura por la costa este de EEUU con los enanos y volver a tener esa sensación de que uno puede hacer con su vida lo que le venga en gana y vivirla como le parezca y compartirla con quien quiera. Y de ahí a bailar frente al horno en la cocina para celebrarlo, que es algo muy de esta casa.

Así que ahí le ando, buscando pulgas para este circo que es mi vida.

Feliz semana.

3 comentarios en “De pulgas, Rothko y Joan Didion

  1. Matilde Marmota, te leo mucho y me gusta mucho. No pares de escribir y de hacer fotos y de estar despierta. Eres muy guay. Pero sin guayismos, guay de lo que de verdad es guay. Auténticamente guay. Te mando besos del campo a la capital 🙂

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